mercredi 9 août 2017

Arquitectura





" A veces ocurre que confundo un cabaret con un crematorio y paso por lugares destinados a la diversión con el ligero escalofrío que provocan las dependencias de la muerte. Confusiones como esta hubieran sido imposibles años atrás. Entonces, con algún que otro rodeo, se podía por lo menos relacionar lo feo, lo tosco y lo malogrado con lo bello, lo delicado y lo bien construido. Un edificio que recordara vaga, aunque dolorosamente, a un templo clásico era sin lugar a dudas un teatro de opereta. Lo que parecía una iglesia era una estación central. Era embarazoso, pero en cierto modo también práctico. Uno se sabía al dedillo las leyes de la verdad aparente y reconocía sin falta el sucedáneo allí donde divisaba lo auténtico. Si dabas con mármol, automáticamente sabías que se trataba de yeso. Sin embargo, desde que a los hombres se les ocurrió que su época, la moderna, requería un "estilo moderno", de nada me sirven las reglas con las que antes era capaz de equivocarme con total seguridad. Es como si todo el vocabulario falso de un dialecto convencional que uno ha aprendido con esfuerzo hubiera perdido validez. Puede ocurrir que con las prisas ante un inminente viaje en tren busque por ejemplo un cine con el propósito de hallar una estación. Pero este método ya no es válido. Lo que antes, nunca sin rodeos, creía que era una estación es ahora un salón de té en un palacio de deportes. Las fachadas de la época moderna me provocan desconcierto.

Mayor perplejidad causa la arquitectura de interiores. Que las salas de operaciones blancas y esterilizadas son en realidad pastelerías ya lo sé. Pero sigo confundiendo  una y otra vez esos tubos largos de vidrio que cuelgan de la pared como termómetros. Está claro que son lámparas, o, como se dice ahora más correctamente, "punto de luz". El tablero de una mesa de cristal no sirve para que el cliente pueda verse cómodamente las botas mientras come, sino para producir ese chirrido, que le llega a uno hasta la médula, al desplazar el cenicero de metal sobre el material transparente. Existen unos objetos bajos, amplios, hechos de una madera barnizada de blanco, sólida, que no tienen patas, recuerdan una caja y son huecos. En esos objetos se sienta la gente. En verdad no son sillas, sino más bien "asientos". La confusión puede afectar también a los objetos animados que conocemos con el nombre genérico de "personal". Una muchacha de pantalones rojos y chaqueta azul con botones dorados, tocada con una gorra redonda, como las de los bosnios, a la que yo - si la malicia de esta época no me hubiera hecho un poco desconfiado - habría tomado sin dudarlo por un hombre, y a la que sin embargo, estúpido como soy, confundí con una especie de guardia de corps salido de una película de época, esta muchacha, digo, se ocupa en realidad del guardarropa, los cigarrillos y la muñecas de seda, delgadas y sin articulaciones que recuerdan a los alegres cuerpos sin vida de los ahorcados.

La arquitectura de interiores puede conducir a situaciones peligrosas. Pienso con cierta nostalgia en aquella falta de gusto suave, apaciguante, de terciopelo rojo, de unas habitaciones en las que la gente vivía desprevenida. Era un ambiente poco saludable, lúgubre, frío, lleno probablemente de bacterias perjudiciales, y pese a todo agradable. La acumulación sobre las cómodas de baratijas inútiles, frágiles y sin embargo cuidadosamente conservadas generaba una confortable indignación que lo hacía a uno sentirse como en casa. Incumpliendo todos y cada uno de los requisitos de la salubridad - que son un suplicio - , se cerraban todas las ventanas y no había un solo ruido que llegara de la calle y se colara en las inútiles y sentimentales conversaciones familiares. Llenas de gérmenes infecciosos, unas mullidas alfombras hacían que la vida mereciera ser vivida y la enfermedad fuera un consuelo, y por las noches, como una bendición, una araña de cristal sin estilo daba una luz suave y serena.

Con tal falta de gusto vivían nuestros padres. Los hijos y los nietos, en cambio, viven en unas condiciones de salubridad exageradas. Esta abundancia de luz y de aire propia de los nuevos edificios no existe siquiera en la mismísima naturaleza. Un estudio acristalado hace las veces de dormitorio. Se come en el gimnasio. Habitaciones que uno hubiera jurado sin el menor reparo que eran pistas de tenis sirven de biblioteca y de salón de música. El agua murmura en miles de cañerias. Hacen ejercicio en los acuarios. Descansan después de las comidas tumbados en mesas de operación de color blanco. Y por la noche unos fluorescentes ocultos iluminan la habitación de manera tan uniforme que deja de estar iluminada. Es un estanque de luz.


Müncher Illustrierte Presse, 27 de octubre de 1929"


Joseph Roth, Arquitectura in Crónicas berlinas

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